Entre noviembre de 2022 y septiembre de 2023, Azerbaiyán y Turquía mantuvieron sitiada a la población autóctona de Nagorno-Karabaj (República de Artsaj para los armenios) en su totalidad de etnia armenia. Durante nueve meses bloquearon el corredor de Lachín, la única ruta que conectaba a la población armenia de esta región con el mundo exterior: esta carretera salía de Stepanakert, la capital, llegaba al paso fronterizo con Armenia y, desde allí, se podía ir a cualquier lugar del mundo.
El bloqueo incluyó la prohibición de llegada de ayuda humanitaria y sometió a un asedio absoluto a la población de Nagorno-Karabaj: 120.000 personas, sin importar su trabajo, clase social o profesión, estuvieron sin acceso a alimentos, recursos médicos ni asistencia sanitaria durante todo ese tiempo. Los camiones que abastecían de insumos médicos o alimentos a la ciudad tenían prohibido el paso. La población sufrió severas hambrunas obligadas y no se les permitía salir del territorio: bebés, niños, mujeres, ancianos, todos vivieron en un país que funcionó como una cárcel a cielo abierto.
Tuvieron cortes constantes de luz y gas en medio de la hostilidad del severo invierno, con temperaturas bajo cero y tormentas de nieve. No podían calefaccionarse, tener agua caliente o cocinarse. El sufrimiento, el desgaste emocional y físico de la población fue absoluto. No tardaron en llegar los muertos por hambre. Cuando los alimentos básicos empezaron a ser escasos, las góndolas en los supermercados estuvieron totalmente vacías y las verdulerías absolutamente desabastecidas, las panaderías tuvieron que racionar la poca producción de pan que podían preparar día a día: desde la madrugada las personas hacían fila para recibir un número.
De esta forma se les aseguraba poder llevar a sus familias, al menos, una porción de pan del día para comer. Este fue el mecanismo aplicado por semanas, hasta que las panaderías también se quedaron sin harina. Toda la población fue condenada al sufrimiento y obligada a resistir durante nueve meses en condiciones incompatibles con la vida humana.
Si de un minuto al otro tuvieras que abandonar tu casa e irte de la ciudad para salvar tu vida y la de tu familia, ¿qué te llevarías en un auto? ¿Ropa, fotos familiares, objetos, vajilla, joyas, libros? El destierro se trata de eso: de llevarse consigo lo puesto, dejar la vida atrás y arrancar de cero en
otro lugar. Así fueron los últimos días de los 120.000 habitantes que vivían en Artsaj: se les puso una fecha límite para abandonar sus hogares, ciudades y poblados. Muchos de ellos decidieron quemar intencionalmente sus casas para no dejarles absolutamente nada a quienes los estaban echando violentamente de las tierras en las que habían vivido sus familias y sus ancestros durante miles de años.
Los armenios sabían que no eran invasores: su familia, sus padres, abuelos y bisabuelos y muchísimas generaciones hacia atrás habían vivido allí. Ellos eran la población indígena de Artsaj. Algunas familias que tenían vehículo propio cargaron dentro del auto todo lo “transportable”. Algunos niños decidieron llevarse objetos de apego; otros, hasta un oso de peluche gigante, que vaya uno a saber qué historia encierra; quizás, algún dibujo o juguete, si había lugar. Otros, intentaron desenterrar a sus familiares muertos y los azeríes no se los permitieron. Se los querían llevar, como esa necesidad de llevarse el pasado completo de su familia, crecida y criada allí, sobre ese suelo artsají desde tiempos inmemoriales. Se querían llevar las tumbas de los adolescentes vencidos en el frente de batalla. Se querían llevar todo, pero aquellos que les arrancaron su vida pacífica no los dejaron.
Allí, en Artsaj, también quedaron los libros. Quedó la historia escrita del pueblo armenio en las batallas y epopeyas. Quedaron la mayoría de los registros escritos por los historiadores, la música, los centros culturales, las iglesias y los monasterios cristianos, sabiendo que se van a destruir o convertir en mezquitas, bajo algún argumento inventado por Azerbaiyán ante la evidencia empírica de que las paredes de aquellos lugares históricos están talladas con letras armenias hace siglos.
Para el enemigo, reescribir la historia es muy fácil cuando hay una tabla rasa o un cuaderno en blanco, sin nada dicho. La historia se borró, y la van a reescribir, como ya hicieron en Najicheván, región histórica habitada mayoritariamente por armenios, los que han sido perseguidos y expulsados, y que hoy pertenece a Azerbaiyán. Pero las fotos de esta exposición van a servir de prueba del destierro que sufrió, otra vez en su historia, el pueblo armenio.